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Usuario Experto
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Ayer pasé por una experiencia extraña, que me ha dejado un cuerpo extraño; ayer estaba muy optimista, contento ante la vida y con ganas de hacer cosas, de conocer gente y de pasármelo bien. Hoy estoy triste y apagado, pensativo, sin ganas de nada. Me conozco y se que mañana o pasado volveré a ser el mismo, pero en este momento me siento así; como le estoy cogiendo gusto a este foro, lo voy a emplear a modo de blog para contar porque estoy así. Quien se lo quiera leer que se lo lea, y el que no, pues no, a mi me da igual.

La noche de ayer fue bastante normal hasta eso de las cuatro de la mañana. Fui al cumpleaños de una conocida, conocí a gente simpática, trabé contacto con una chavala estupenda a la que me gustaría volver a ver, un amigo mío estuvo a punto de currarse con el puerta de un bar, conocí a unos hinchas del Sporting de Gijón que venían a ver el partido de hoy, y me hinché a beber cerveza con gente a la que quiero y con la que estoy a gusto. Una noche de viernes divertida, nada espectacular, nada que no pase todos los fines de semana, hasta aquí muy normalita.

Andábamos ya bastante borrachos los últimos cuatro supervivientes, con unas latas de cerveza camino de nuestras casas. Yo vivo junto a la Gran Vía, y habíamos estado por Tribunal; a los demás les quedaba un largo camino, por lo que decidí, amablemente, invitarles a la última en mi casa. Cruzamos la Gran Vía, y estábamos a punto de tirar por San Bernardo arriba, cuando apareció de la nada un sudamericano alegre; llevaba un lazo como de vaquero al cuello, exhibía una gran sonrisa, y en aquel momento nos pareció que despedía simpatía por los cuatro costados. Como persona que vive en el centro, conozco a los relaciones de los shows y de los putis que por mi barrio proliferan como hongos, y sabía lo que iba a ofrecernos; “Muchachos, una copita con chicas, show en vivo”. Dos de mis amigos iban muy ciegos, y aceptaron sin dudar; y la verdad es que aunque nunca había ido y siempre lo había tenido al alcance de la mano, me daba curiosidad ir a un show erótico; dije que no estaba dispuesto a pagar un duro, porque estaba sin un chavo, pero uno de ellos, moviendo las manos como un demente me dijo que me invitaba a lo que quisiese ahí dentro. Bueno, al final nos arrancamos. Íbamos andando y hablando con el relaciones. En ese momento, estaba bastante animado, la verdad.

El lugar es el New Girls Cabaret Show; antiguamente se llamaba “Davai” que en ruso quiere decir “Adelante”; paso mucho por delante de ese sitio porque me pilla de camino al mercado, pero hasta el momento no me había fijado en que había cambiado de nombre, y en que los habituales porteros, tipos de apariencia ruda de Europa del este, habían sido sustituidos por ecuatorianos bajitos, charlatanes y sonrientes. Pasamos al interior, y la verdad es que el sitio parecía una discoteca pija montonera. Sonaba salsa, y la decoración era de un color rojo conde drácula muy característico, con luz baja y plantas de plástico por todas partes. Bajamos unas escaleras, y me quedé sorprendido al cruzarnos con dos chicas que subían, muertas de risa, de la mano, con vestidos muy cortos. Pensaba que íbamos a ver un show erótico y punto, y al llegar abajo ví que nos habíamos metido en un puticlub muy grande y muy lleno de gente.

Mis amigos se dirigieron a la barra; y una de las chicas me agarró del brazo. Era morena y muy guapa, con unos ojazos verdes preciosos, pero de rostro anguloso; llevaba puesto un vestido de malla de color verde fosforito y botas blancas hasta el medio muslo.

¡Hola!.- Me dijo con una sonrisa encantadora y un acento extranjero que me sonaba mucho pero me costó identificar
Hola.- Respondí despacio, borracho y desconcertado.
¿Quieres ******?
Eh... pues no, la verdad es que no... Eh... ¿De donde eres?
De Portugal; ¿Seguro que no quieres ******?.- Al oído, echándome la mano al paquete
No, muchas gracias.

Y con las mismas se dio la vuelta y se fue. Normal, estaba currando, no estaba para charletas. Pero eso me dejó un poco fuera de lugar, ya que yo siempre he sido muy charlatán y me gusta hablar con la gente, ya sean ***** o agentes de bolsa.

Por el rabillo del ojo, había visto como otras dos chicas se acercaban a mis amigos camino de la barra; avancé un poco entre la gente, pero les había perdido. Vaya por dios. Se habrán ido a explorar el local, o habrán ido a algún lado con las chicas. Me parecía raro que hubiesen desaparecido tan deprisa. Yo -pensaba- me habría tomado mi tiempo, curioseado por ahí, conocido el sitio, y luego, si me quedasen ganas, ya me habría ido con alguna. Y habría visto el show, que para eso habíamos venido. Así que solo en un puti desconocido, busqué un asiento; se encontraba al otro lado de una barrera que separaba a la gente del lugar donde se realizaba el show erótico, ahora vacío, una escenario con una barra americana que iba del suelo al techo del piso de arriba piso de arriba, que formaba una especie de anfiteatro superior. Me senté allí; observé a la gente.

Había muchas, muchísimas chicas, como tres por cada hombre. Todas eran preciosas; eran de todas las razas, de todas las complexiones, de todos los tipos. La mayoría vestían ropas de actriz porno; zapatos de plataforma transparente, mini-mini-vestidos con escote hasta el ombligo, bikinis con faldita... otras habían escogido vestidos que podría llevar cualquier chica por la calle; la típica chica que te vuelves para ver porque es despampanante. En mi asiento, me dediqué a observar el panorama, a ver como funcionaba un puticlub; mirando sin pensar, pero identificando conductas. La mayoría de los clientes eran chavales que, como mis amigos y yo, habían sido cosechados, en diferentes estados de ebriedad, al ir cerrando los bares. Éramos fáciles de identificar. Mirábamos con cara de pasmo; algunos muy salidos, otros inmóviles, y otros, como yo, con un desasosiego creciente.

Pero había mas gente. Un chico muy hippy, enormemente guapo, tenía sentada sobre su regazo a una rubia preciosa que llevaba solo un tanga y unos zapatos de plataforma, y con una sonrisa ladina, fingía que no le interesaba; la chica hacía todo lo que podía por seducirlo, y se estaba divirtiendo con eso. Le ponía las tetas en la cara, se movía sobre él como si estuviese follando, le daba besos en las orejas, le susurraba cosas; no se comportaba como las otras, que hacían una intentona y se cansaban inmediatamente. Al otro lado del escenario, un señor muy elegante, vestido de forma impecable con traje y corbata, hablaba con otra de las chicas, en voz baja, explicándole algo con una sonrisa y gestos concisos; ella era algo mayor que el resto de las chicas, podía tener sus buenos treinta y cinco años; se estaba riendo, y no fingía su risa; aquel hombre parecía ser enormemente divertido; supuse que era un cliente habitual que había trabado amistad con una de las chicas de mas edad.

Pero lo que mas vi fue un completo extrañamiento entre las ***** y sus clientes. Cuando entraba alguien nuevo, ellas se acercaban a él, moviéndose sinuosas, con el mismo patrón de abordaje que habían tenido conmigo. Si no conseguían nada, volvían a sus quehaceres; los quehaceres propios de personas que ya han perdido demasiado tiempo en un sitio en el que hay mucho tiempo que perder. Hablaban, o se sentaban en los taburetes de la pared del fondo con cara de aburrimiento. En cuanto a los clientes, miraban con diferentes caras de pasmo, o se acercaban a las chicas para hablar con ellas con torpeza. Aquello me estaba poniendo ya triste y no sabía porque; en cierto modo, reconocía en las chicas las actitudes que tengo yo mismo en el curro cuando no tengo nada que hacer; leo, me toco los huevos, me voy arrastrando los pies a charlar con la portera, o con alguna de las de la limpieza. Esas cosas. Aquel sitio tenía todos los atributos de un sueño para los hombres, ambiente elegante, mujeres preciosas por todas partes, la posibilidad de follarte (previo pago) a cualquiera de ellas. Y sin embargo, el ambiente era el de un sitio de espera de lugar de trabajo; sin darme cuenta, me había metido en un sitio que a mi me parecía mucho mas el cuarto donde los médicos duermen durante las guardias, o donde los de radiotaxi esperan la próxima llamada. Definitivamente, estaba triste.

Sin darme cuenta me había hecho un cigarro y me lo llevé a los labios, cuando me di cuenta de que nadie fumaba. Mierda, la ley antitabaco rige en todas partes. Bueno, me levanté para buscar a mis amigos, si no para otra cosa, al menos para despedirme. Empecé a buscar por el piso de arriba. Apenas subí las escaleras, otro ecuatoriano simpático me paró los pies; “amigo, aquí solo se puede subir con chicas”. Miré al oscuro anfiteatro lleno de reservados que había detrás. Cerrados por tres de sus lados, con un pasillo de medio metro por el cuarto, daba, desde el piso de arriba al escenario. En el primero de los reservados, en la penumbra, una chica se la chupaba a un tipo borracho que parecía tener serios problemas para empalmarse. Claro.

Volví a bajar, y entré en una habitación oscura; allí estaban mis colegas, bebiendo de sus copas y hablando en voz baja; un sudamericano le metía mano a otra chavala, que estaba sentada sobre su regazo. El lugar parecía bastante mortecino. Volvimos a salir a la sala principal.

“Tío, quédate al show”, me dijo el que estaba mas borracho de los dos. Y la verdad es que solo había entrado para eso y todavía no me había gastado un duro. “¿Cuando empieza?” le pregunté a una de las chicas. “A las cinco”; faltaban diez minutos. Nos fuimos al sitio en el que yo estaba sentado al principio. “¿Que han valido las copas?” pregunté “13 pavos ¿Quieres una? Que te he dicho que te invitaba” “No, gracias”; aquel negocio se sostenía, seguramente, sobre todo a base de borrachos que azuzados por las chicas estaban dispuestos a pagar semejante barbaridad. Mis dos colegas hablaban con los nervios de la gente que está en una situación extraña e intentan fingir que les parece normal. Yo estaba callado, no me apetecía hablar.

Al otro lado del escenario, ví a una chica pelirroja; tenía los ojos muy claros, como de cristal, y llevaba un pantalón de cuero muy ceñido y un top de lentejuelas plateadas. Estaba sola, parecía triste, a punto de echarse a llorar. Eso atraía a algunos de los clientes, que tambaleándose borrachos, se le acercaban. Ella los rechazaba con un gesto. Yo la miré, ella me miró; intenté esbozar una sonrisa, pero no estaba de humor; me debió salir algo bastante raro, porque pareció ponerse mas triste todavía. Durante un momento, pensé en levantarme e ir a animarla, pero luego miré la atmósfera de extrañamiento y pensé que yo era un cliente; alguien con quien se hablaba, se fingía una seducción y un flirteo, una cierta interacción emocional; una interacción ficticia. Conmigo no se podía trabar amistad, era alguien de otro mundo; era un tío borracho mas que, en realidad, había entrado allí solo por las tías buenas. No podía ayudarla, ella seguiría triste y yo también, y eso me entristeció aún mas.

Nos callamos cuando empezó el show, que esperaba que me animase. En realidad fue para mi bastante agrio. “Un aplauso a Rrrrrrrrrrrrraquel!!” dijo una voz con acento latino por un megáfono. La primera chica llegó a la barra, la limpió con un trapo con el gesto profesional que he visto tantas veces en las señoras de la limpieza de mi curro cuando tienen prisa por ir a buscar a los niños al cole, y se puso a bailar, con cara de aburrimiento. Con cara de aburrimiento, hacía movimientos de enorme sensualidad. Con cara de aburrimiento, se puso a escalar por la barra, sus buenos cuatro metros de barra. Con cara de aburrimiento, bajó deslizándose por ella haciendo molinetes con las piernas que parecían muy difíciles y peligrosos. Con cara de aburrimiento, se quedó cabeza abajo y se quitó el sujetador. Con cara de aburrimiento, se desabrochó el tanga y se quedó en pelota viva. Con cara de aburrimiento, abandonó el escenario para que llegase “Sssssssssooooooooonia!”. Conforme iban pasando las chicas, muertas de asco, iba viendo que ese show erótico me estaba pareciendo tan erótico como Saber y Ganar.

Peor, porque me entristecía. A mis colegas tampoco les entusiasmaba, pero intentábamos animarlas, así que cuando abandonaban el escenario, les dábamos un aplauso. Solo una de ellas, una sudamericana de tetas enormes, sonreía, tenía ganas de hacerlo bien, se la veía esforzándose por hacer disfrutar al público. Ponía cara pícara, lanzaba guiños al chico guapo que seguía con la rubia en su regazo, se concentraba en ejecutar unas maniobras jodidamente complicadas en la barra (y a juzgar por el tamaño de sus tetas, seguramente dolorosas), y saludó al público con una reverencia al retirarse. Nuestros aplausos tuvieron efecto en un par de ellas, que al irse, sonreían y nos daban las gracias. En el resto de los casos, nada.

Una de las chicas se acercó al mas borracho de mis amigos, que aplaudía como un poseso, le dijo algo al oído y se lo llevó. No vio el final del show, pero luego supimos que se pidió otra copa y ella le hizo un baile privado en uno de los reservados de arriba. Otros trece euros para el bar. Desde abajo, miré al antifeatro superior. Eran las mas de las seis de la mañana y las chicas se estaban vistiendo arriba, lejos de las miradas de los clientes. Se quitaba sus ropas de actriz porno y se ponían vaqueros, camisetas, chaquetas; ropa del Zara, ropa que cualquiera puede llevar por la calle. Bostezaban y se estiraban; estaban cansadas y muy aburridas. “Ser puta” pensé “debe ser un coñazo”. El bar se iba quedando vacío, mi colega volvió y nos contó su experiencia. Por lo visto, la chica le había metido las tetas en la boca. Bueno. Se acabó la copa, y nos piramos de allí, abandonando el local entre un montón de chicas vestidas con ropa del zara. Abajo quedaban unas cuantas y una pequeña cantidad de potenciales clientes, demasiado borrachos para darse cuenta de que el sitio estaba quedándose vacío. Me encendí el cigarro y me fui a mi casa, triste. Y hoy, un día después, triste sigo. No se porqué, la verdad.

Desde un punto de vista intelectual, la prostitución, libremente ejercida, me parece una profesión mas; no soy partidario de su persecución, si de la de las redes de proxenetismo que probablemente alimenten este tipo de sitios. Incluso, alguna vez he pensado que de saber que una **** es independiente, que no la están explotando, y que trabaja en eso porque es, sencillamente, su trabajo, me gustaría gastarme 50 o 100 euros para conocer la experiencia. Ahora mismo, después de lo de anoche, me parece bastante antierótico. Tengo la impresión de que es una profesión sexualmente tan excitante como la de taxista o la de barrendero. Y no se, estoy triste.

Bueno, pues me apetecía compartir la experiencia. Para aquellos de vosotros que nunca hayáis estado en un puticlub, esa ha sido mas o menos mi impresión.

Y ya está, a los que hayáis aguantado hasta aquí, gracias por leerme.
 
 

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