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Antiguo 02-Nov-2008  
Usuario Experto
 
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Tener dos palabras suyas me hicieron el ser más feliz de toda la tierra, me había regalado algo precioso, algo importante tanto para mí como para ella.
Era algo un tanto estúpido, pero estaba loco por ella. Estaba enamorado de una mirada, de unos suspiros, de una forma de caminar, de moverse. No conocía nada de ella, ni su nombre, ni su voz, ni sus ideas o pensamientos, pero mi corazón la pertenecía y lo único que quería era volverla a ver, volver a pasar otro extraordinario rato con ella, a solas.
Cuando la volví a ver, el lunes en el metro, intenté hablarle, pero ella me hizo callar con un gesto y noté en su mirada y en sus gestos que no quería que habláramos, por algún extraño motivo.

Seguimos teniendo nuestros encuentros en el metro, con nuestros particulares juegos durante toda la semana. Yo esperaba encontrarla el fin de semana, para ello volví a ir al pub donde la encontré... o ella me encontró a mí. Allí estuve esperando toda la noche del viernes y la del sábado, pero ella no apareció. Me estaba volviendo el pesimismo, y empezaba a sentirme derrotado.

Cuando el lunes por la mañana no la encontré en el andén me temí lo peor. Y efectivamente así fue. No la encontré en toda la semana, y eso que la esperaba en el andén a todas horas por si acaso la veía pasar, por si se había retrasado, por si... Me estaba engañando. Esta vez no volvería, esta vez no. Me había vuelto loco al enamorarme de alguien sin ni siquiera conocerla, era algo absolutamente estúpido que no podría terminar bien. El amor es algo mucho más complicado que una simple atracción física y sexual.
Pero había algo que no podía negar, en una pareja el deseo es fundamental. Esa corriente de hormonas que circula del uno al otro es uno de los motores más importantes de una relación. Y de ese deseo mi desconocida y yo teníamos mucho.
Pasé muy deprimido todo el fin de semana, y toda la semana siguiente, y la siguiente, notando la pérdida de algo especial en mi vida. Ella no aparecía por ninguna parte, no la encontraría nunca.
Ese fin de semana me decidí a olvidarme de mis penas, superar la pérdida y salir a la calle. Precisamente me habían invitado a una fiesta de inauguración de la casa de unos amigos. Iría mucha gente nueva, amigos de amigos, amigas de amigos, era una buena oportunidad para lanzarme. Así que me fui a la fiesta.
Estaba siendo una buena noche, había conocido a un montón de gente nueva, buena gente, me estaba divirtiendo, el ambiente era inmejorable. Entonces un conocido mío se me acercó.
- Caray, cuánto tiempo sin verte, ¿cómo te van las cosas?. Me preguntó.-Bien hombre bien, ahora mucho mejor, esta fiesta anima a cualquiera, es sensacional.
Estuvimos charlando un buen rato riéndonos de antiguas anécdotas y tomando el pelo a antiguos amigos. Entonces me confesó algo.
- Pues la verdad es que no tenía pensado venir a la fiesta, no tengo mucho tiempo últimamente. Pero resulta que mi novia está muy decaída. Entonces he pensado que a lo mejor se animaba en una fiesta tranquila de amigos. No pude sino contestar que era una buena idea.-Mira, te la voy a presentar, a ver si tú la animas...
La verdad es que yo no estaba para animar a nadie, y menos a alguien con problemas sentimentales, pero no me dejó otra opción. Estuve esperando un rato cuando le vi aparecer con su novia... ¡No! Era ella, ¿era su novia?
Mi amigo hablaba, pero no le oía, lo único que yo hacía era mirarla a ella. Era ella realmente, y estaba igual de perpleja que yo lo estaba. Entonces nos presentaron:-Victoria, este es Andrés. ¡Sabía su nombre!
Nos dimos dos castos besos en la mejilla y hasta nos permitimos el lujo de susurrar un:-Encantado. Como nos mirábamos fijamente y no hablábamos mi amigo nos miraba muy extrañado, pero como le llamaban desde la cocina nos dejó solos, no sin antes disculparse e indicarnos que habláramos de algo, que él volvía ahora.
No hablamos, ella cogió su abrigo y yo el mío y nos fuimos directamente a un hotel cercano a la casa. Cogimos una habitación, pedimos algo más de beber y subimos. El cava llegó casi a la vez que nosotros. Cogimos las copas y brindamos: -Por nosotros. Pocas palabras habían salido de nuestras bocas, pero todas lo suficientemente emotivas.
Estábamos junto al ventanal que daba a la calle, a la ciudad, que ya dormía. Nos mirábamos fijamente, me perdía en sus ojos, la cabeza me daba vueltas, no podía dejar de pensar en ella, en que estaba con mi amigo, en buscar los porqués, las respuestas, en desearla, en poseerla. Entonces ella me habló.-No digas nada, no hace falta; no lo pienses, la vida la jugamos con las cartas que nos tocan.
Entonces nos besamos, y llegó la pasión, entonces la estreché en mis brazos. Nos abrazábamos con furia, como intentando que el otro no se escapara, que no se esfumara como los dulces sueños. La acariciaba con ternura, los brazos, la espalda, las caderas... la cabeza me daba vueltas, nos faltaba el aire y nuestros besos se cortaban con la necesidad de tomar aliento. Seguimos besándonos durante minutos, sin ser conscientes de nada de lo que nos rodeaba, no existía nada salvo un eterno beso.
La agarré con fuerza y la empujé apoyándola contra el ventanal, la acariciaba con intensidad, buscaba su boca, sus pechos, sus glúteos... La lujuria se apoderaba de ambos lentamente, no podíamos evitar que el deseo acumulado por no habernos visto en este tiempo saliera de forma violenta con cada caricia, cada beso...
Nos empezamos a despojar de nuestra ropa, tu vestido cayó el primero al suelo, dejándome ver ese cuerpo que me torturaba de deseo, de amor, de luz... Mi camisa, mis pantalones y mis zapatos fueron los siguientes. Le di la vuelta, le abrazaba la espalda mientras mis manos llegaban hasta su sexo, sus senos estaban apretados contra los cristales, nos apretábamos contra la ciudad, de noche.
Acariciaba su vulva lentamente, en círculos, cada vez más cerrados mientras la besaba la espalda, el cuello, las orejas, las mejillas, giró su cara y nuestros labios se unieron, dejando pasar nuestras ávidas lenguas a través.
Empañábamos el cristal, notábamos su frío tacto cuando yo introduje mi mano lentamente en sus braguitas buscando el clítoris. Supe que lo había hallado por los sonoros gemidos y por su tremenda hinchazón, palpitaba de excitación. Lo agarré suave y firmemente con dos dedos y lo agité, al principio de forma imperceptible, más luego de forma más y más intensa. Se retorcía de placer contra el ventanal, prácticamente no la aguantaban las piernas, entonces se dio la vuelta, me quitó la ropa interior y me empujó hacia la cama.
Se situó encima de mí, me besaba con dulzura, me acariciaba todo el cuerpo, la cara, el cuello, el torso, los brazos, la tripa, las ingles, las piernas. Me empezó a lamer como si fuera un dulce de miel, lentamente, saboreando con firmeza mi piel, mi pelo, dándome pequeños mordiscos por todo el cuerpo. Me estaba poniendo cardiaco, estaba tan excitado que mi pene palpitaba y me dolía levemente por la hinchazón.
Ella debió notarlo y lo agarró suavemente, acariciándolo mientras me seguía saboreando. Llegó hasta mi entrepierna y se detuvo. Ese momento aproveché para incorporarme y situarme cerca de su lugar más dulce, yo también quería miel, quería su sabor, su sexo. Una vez situados empezamos por acariciar con la lengua los alrededores de ese lugar tan sensible, ella me hacía suspirar mientras yo la provocaba pequeños gemidos al soltar mi cálido aliento en su interior.
Saborear su sexo era algo extraordinario, me encanta inundarme de olores, de sabores tan intensos, tan sexuales, con tanto deseo, siempre me lanzo a devorarlo con ansia, con sed, con hambre.
Ella no se podía decir que estuviera quieta, me estaba chupando, mordiendo, agitando, explorando a fondo mi parte más sensible, arrancándome unos sonoros gemidos cuando agitaba su mano y me absorbía al tiempo el glande. No podíamos parar, estábamos como poseídos por una fuerza que nos impulsaba a explorarnos en profundidad.
Mojé mis dedos en sus jugos y la penetré lentamente, moviendo dos de mis dedos en su interior, había conseguido que ella gimiera más que yo al atrapar su clítoris con mis labios a la vez. Ella me contestaba con caricias cada vez más enérgicas, más intensas.

Con mis dedos húmedos le acariciaba la entrada de su esfínter, ella no se esperaba eso, con lo que paró las caricias, aunque yo no. Al seguir ella jadeando yo me sentí más atrevido todavía y empecé a lamer tan estrecho orificio, arrancando unos gemidos bastante reveladores. No sé si por venganza o porque nos estábamos dejando llevar por el placer ella empezó a hacer lo mismo conmigo. Acariciaba mi entrada, la besaba, la chupaba y la lamía, cosa que nadie me había hecho jamás.
Eso provocaba que yo temblara de excitación, lo prohibido de la situación nos provocaba aún más, con lo que no nos sorprendimos cuando a la vez que nos masturbábamos con nuestros labios nos introdujimos el uno al otro un dedo en tan prohibido lugar. Creía que me iba a correr enseguida con semejante contacto, una sensación de placer inmenso me embargaba con un dedo en mi ano, era alucinante, increíble. Nos agitábamos buscando el mayor placer posible, nuestras caderas se agitaban en un ritmo endiablado, no podíamos parar de gemir de gritar ni de besar al otro.
Me incorporé de un salto, no quería correrme, la agarré de la cintura y la volteé, poniéndola en cuatro sobre la cama. Me puse detrás de ella, la acaricié el clítoris mientras le metía dos dedos en su vagina, cuando empezó a gemir y a mover las caderas me enderecé, con la otra mano guié mi miembro hacia su más prohibida entrada y empecé a empujar
Ella gritó y me exigió que me retirara, pero como yo no paraba con mis caricias y mi miembro estaba simplemente apuntado en la entrada pronto dejó de quejarse. Mi erección estaba provocando que a medida que ella movía las caderas para notar más las caricias en su clítoris yo me fuese introduciendo lentamente en ese lugar tan estrecho. Me apretaba mi miembro con una fuerza tremenda. Entonces cuando estaba ya la mitad dentro de ella nos paramos. Seguí besándola, acariciándola, la pregunté.
-¿Te duele?;-Al principio sí pero ahora... Se interrumpió con un gemido.
Esto era muy diferente a todo lo que se considera sexo normal, era excitante, novedoso y muy, muy intenso. Gemíamos sin parar y ya nos movíamos muy rápidamente, nuestros cuerpos chocaban con un ruido húmedo, provocado por nuestro propio sudor, nuestros propios jugos. Gritábamos, y nos embestíamos ya sin miramientos. Tú llegaste al orgasmo la primera y las contracciones de tus músculos hicieron que me desplomara encima de ti presa de unas convulsiones tremendas. Estuvimos desmadejados en la cama durante un tiempo indeterminado. No podíamos creer lo que nos había sucedido. El deseo se había apoderado de nosotros y nos había provocado que gozáramos como nunca del sexo, del cuerpo, y de la lujuria.
Cuando logramos recuperar la conciencia nos levantamos para ir a lavarnos un poco. En la ducha nos jabonábamos el uno al otro suavemente, con nuestras intimidades suavemente enrojecidas nos acariciamos bajo la tibia ducha, suavemente nos besamos, nos acariciamos e hicimos el amor suave, lentamente sentados en la bañera, mientras el agua caía a nuestro alrededor.

Ella estaba encima de mí y se movía lentamente, no teníamos prisa. De este modo tan suave, tan retardado, alcanzamos el orgasmos, un placentero y lento orgasmo que nos sacudió de los pies a la cabeza tensando para luego relajar todo nuestro cuerpo.

Así nos dormimos, abrazados, el uno en los brazos del otro sintiéndonos tan cerca que nuestros corazones y nuestra respiración iba acompasada.

- ¿Te irás? Me preguntó.-Nunca.-¿Me dejarás? Pregunté yo. ? Nunca.
 
Antiguo 02-Nov-2008  
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Usuario Experto
 
Registrado el: 20-September-2008
Mensajes: 431
Agradecimientos recibidos: 38
muy guay
 
Antiguo 02-Nov-2008  
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Usuario Experto
 
Registrado el: 24-October-2008
Mensajes: 250
Genial!!!
 
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