En la tarde inútil la sombra de tu abondono me espera en una esquina cualquiera, ha de llevarme al templo mortuorio igual que cada atardecer de los últimos meses; verdugo insaciable que oscurece mi vida y se adueña de mis horas de descanso.
Sobreviví a la noche con sus castillos, sus falsos pasajes, sus telarañas en las que atrapados quedan los recuerdos, suspendidos disecándose en una fría eternidad; sobreviví las torturas y tentaciones, sus brujos y sus monstruos.
Llevo las marcas de tanto dolor, me sigue donde quiera que vaya.
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